de Rafael Cid
Uno de los axiomas del capitalismo cañí radica en la mágica presunción de su íntima bondad. Se da por hecho que lo que es bueno para los negocios es bueno para la gente. Negocios privados que producen beneficios públicos. Esta es la percha que cuelga del rescate practicado por los gobiernos occidentales sobre el sistema financiero. Con diferencias en el método aplicado según el grado de confianza depositado en él. Unos, como el gobierno español, parecen tener fe ciega en los banqueros, dado la generosa contribución a la causa de su saneamiento. Aunque mirándolo bien, la palabra "saneamiento" es totalmente inapropiada. No se puede sanear lo que no está enfermo, y que se sepa el sistema financiero español goza de buena salud, como demuestran sus cuantiosos beneficios y el general reparto de dividendos entre sus accionistas. Aunque al mismo tiempo no sabríamos cómo interpretar el hecho de que algunas entidades hayan acudido a las subastas de dinero público para sus actividades normales y otros, precisamente los que más se han ufanado de gozar de una salud envidiable – en primer tiempo de saludo el Banco Santander Central Hispano, cuyo presidente se permitió decir aquello tan simpático de "¿crisis, yo no estoy en crisis?"-, aunque según la crónica de sucesos es una de las entidades más involucradas en el escándalo Madoff y tuvo también su "pillada" en el caso Lehman Brothers.
Pero, lo cierto, es que el presidente Zapatero, emulando a aquel directivo de General Motors y al alimón secretario de defensa de EE.UU, Charles Wilson, predica que lo que es bueno para la gran banca es bueno para todos los españoles. El tamaño sí importa. Salvar a los bancos deviene así en imperativo social porque en su supervivencia va la nuestra. Pero la misma regla no funciona con los obreros, autónomos y pymes, habida cuenta de que el paro masivo se ha convertido en el principal indicador de la crisis tanto tiempo negada y re-negada desde esas mismas alturas que bendicen el poder de la pasta.
Cuatro millones de desempleados no dan para un lobby tan poderoso como la patronal bancaria capaz de hacer que su gobierno promulgue un impuesto de crisis sobre la mayores fortunas (en vez de contratos de crisis con rebaja por despido), restablezca el impuesto del patrimonio y cree condiciones operativas que haga que los bancos y las cajas destinen sus depósitos para la función social a que les compromete su licencia de apertura. Aparte de algunas otras reformas estructurales de mejora de la renta disponible de los trabajadores para estimular la demanda efectiva que tire de la economía, y sobre todo no consentir ese robo sin paliativos que supone que los parados no puedan "rescatar" sus planes de pensiones antes de agotar la prestación de desempleo, o sea, cuando se coloquen en el umbral de la indigencia.
Esta obsesión por el proteccionismo a ultranza, y aún a costa del dinero del contribuyente, de los grandes negocios particulares se entiende mejor cuando contemplamos la comunidad de intereses entre representantes públicos y empresariales, tinglado que algunos llaman lisa y llanamente corrupción y pringue. La experiencia demuestra que la gestión dolosa de lo público, en un país como el nuestro que carece de tradición de control democrático, ciudadanía activa y ética funcionarial, es el peaje obligado para triunfar en los negocios privados. No hay mejor astilla que la de la misma madera, y en este caso el injerto-chollo consiste en hacer una "estancia" por la alta Administración del Estado para luego terminar cosechando fortuna a la sombra de un tiburón financiero. Hay muchos casos que lo demuestran, pero dos recientes, relacionados con sectores en crisis, son de libro. Uno es el paso del jefe del gabinete económico de presidencia del Gobierno, David Taguas, a la presidencia de SEOPAN la patronal de obras públicas. Y el otro, el de Miguel Martín, que de subgobernador del Banco de España paso a ser el máximo responsable de la AEB, la Asociación Española de la Banca, la patronal bancaria, a la que a buen seguro tanto vigiló de cerca en su etapa de servidor público. Por eso sus palabras acusando a la "economía real" de ser la causante de los problemas de "economía financiera" suenan a bufonada. Claro, que el actual gobernador del Banco de España, Fernández Ordoñez, no le ha hecho ascos al manifestar que la crisis se debe afrontar con reformas estructurales del mercado de trabajo, robándole el discurso por la derecha al ministro Corbacho, cuando precisamente él tiene una gran responsabilidad en la extensión de la crisis por no haber frenado la burbuja hipotecaria.
Esta provocadora y gratuita toma de posición del máximo responsable del Banco de España (su tardía nacionalización en 1962 todavía causa estragos en ciertas mentalidades), junto al mandoble propinado por Emilio Botín al declarar que los bancos no pueden dar más créditos porque sería irresponsable concederlos sin garantías, indican bien a las claras de qué pie cojea el mundo financiero frente a la crisis. No les moverán. Aunque el hasta ayer "colega" presidente Zapatero use la retórica populista para intentar apañar votos en las elecciones de marzo y prometa la luna sociolaboral. El mensaje es rotundo, o se deja en paz a la banca o rompen la baraja, con todo lo que ello significa.
Todos los caminos conducen a lo mismo. Se trata de los trabajadores paguen la crisis y no rechisten. Por activa, soportando el desempleo más brutal de la reciente histórica económica española. O por pasiva, suministrando por imperativo legal el arsenal dinerario para que la banca siga su camino triunfal. Visto así la economía no tiene secretos. Consiste en robar a los pobres (input) para dárselo a los ricos (output).
Maravilla que sólo es posible si son precisamente los ricos quienes gobiernan en nombre de los pobres. La democracia del embudo. La versión posmoderna del ¡vivan las caenas! Y no es una exageración. Desde siempre, con Austrias o Bórbones, el poder real en España ha estado "financiado". Antaño eran foráneos como los banqueros Fugger o Rothschild los que mandaban, y hoy son los que calzan apellidos castizos, como Botín o González, quienes controlan el sistema. Pero en esencia la situación no ha variado demasiado. Poderoso caballero es don dinero. Según datos del Tribunal de Cuentas, sólo durante el año 1998 la banca condonó deudas al PSOE por valor de 5,8 millones de euros.
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